“Para verdaderamente conocer el mundo, busca profundamente dentro de tu propio ser; para verdaderamente conocerte a ti mismo, interesante profundamente en el mundo”.

R. Steiner.

La movilidad entre los distintos pueblos al rededor del lago se ha visto afectada desde el inicio de las medidas de contención para evitar el ingreso del Covid-19  a la región. Aún cuando la orden oficial del Gobierno Central solo ha llegado al límite de prohibir la movilización de personas entre departamentos, los gobiernos municipales han tomado medidas más drásticas, esto, con la única intención de proteger a las poblaciones locales. 

Los alumnos y alumnas de Escuela Caracol provienen de distintos poblados de la región occidental del Lago Atitlán y tienen acceso muy limitado a las tecnologías propuestas como canal de comunicación para continuar los procesos pedagógicos de aprendizaje-enseñanza. Estas condiciones han dificultado la comunicación entre maestros y alumnos, sin embargo, con mucho análisis y esfuerzo, el equipo de tutores de Escuela Caracol ha encontrado los canales y las formas para continuar.

La forma que se adoptó para ejecutar éste plan fue la de continuar con los materiales utilizados tradicionalmente en el salón; cuadernos, crayones, lápices, entre otros, haciéndolos llegar a alumnos y alumnas por medio de una especie de correo en el que maestros y maestras harían la función de los mensajeros, designándoles una región o destino a cada uno en la que serían encargados de repartir los “paquetes pedagógicos” a niños y niñas, así como de visitar las casas de nuestros caracolitos para conocer, de primera mano, la situación actual de las familias*, y resolver posibles dudas con relación a los contenidos o las tareas; todo esto, siguiendo cada una de las medidas de distanciamiento y cuidado recomendadas para no poner en peligro a nuestras comunidades o a nosotros mismos.

*de no ser posible la visita presencial, los maestros mantienen comunicación constante con las familias por medio de otros canales (teléfono, whatsapp, correo electrónico, entre otros).

A continuación les compartimos el relato de Ignacio “Nacho” Porón,  proveniente de San Pablo la Laguna y actualmente maestro de quinto primaria, en el describe la aventura del viaje así como la reacción de los alumnos y las familias a su visita.

Mensajeros pedagógicos; ser maestro es una aventura.

Fue un día lleno de sentimientos contradictorios; por un lado la alegría y satisfacción por ver a mis estudiantes y llevarles lo que sé que les gusta hacer; por el otro lado, la tristeza y nostalgia por saber que no podremos reunirnos en el salón de clases por un tiempo indefinido. 

La primer entrega de material se dio en un momento lleno de tensión, miedo, y duda. Preparé lo más rápido que pude los paquetes de tareas y escribí mensajes a los padres o a las madres avisando que llegaría a sus casas; La mayoría de ellos compartía un sentimiento de incertidumbre parecido al que mío. No me quedé mucho tiempo con cada estudiante, solo lo necesario para explicar las actividades asignadas. 

Una a una, pase por todas las casas programadas, durante todo el trayecto conservé la mascarilla puesta, sentí asfixiarme. El ultimo estudiante al que visité vive lejos del pueblo, emprendí esa larga caminata con sierra preocupación por la hora, actualmente tenemos un toque de queda general que solo nos permite estar fuera de 4 de la mañana a 6 de la tarde,  me dieron las 7:30 de la noche caminando entre la oscuridad de la montaña; finalmente  llegue e hice la entrega del ultimo paquete del día. De regreso al pueblo se me apagó el celular por lo que tuve que usar mis ojos de búho, como digo a mis estudiantes y a mis hijos que me gusta decir a este tipo de caminatas, cuando tienes que seguir caminando sin forma de iluminar el camino. 

A pesar de todo el esfuerzo realizado me hizo falta entregar su paquete a uno de mis estudiantes que vive en Santa Cruz, lugar al que solo podemos llegar por lancha, durante estas fechas, la circulación hacia este lugar estaba prohibida. El mismo día en que se abrió el muelle, viajé y fue una aventura para contar.

En la ida, todo fue fácil y muy ordenado. Salí con destino Santa Cruz a las 6:30 de la mañana, justo después de la salida del sol que podía verse brillar detrás de las montañas. Siguiendo las reglamentaciones por los tiempos que vivimos, el capitán del barco apuntó mis datos personales y el motivo de mi viaje, en ese momento aproveché a preguntarle sobre las horas en las que podría tomar una lancha para el regreso. Su respuesta sonaría muy clara y sencilla, pero en la práctica no fue así. 

En estos días, las lanchas solo tenían permiso de circular de 6 a 8 de la mañana y entre 12 y dos de la tarde. Para estar seguro estuve desde las 11:00 de la mañana en el embarcadero. Vi  pasar muchas lanchas que venían de Panajachel hacia los pueblos de la región, pero ninguno  se detuvo en el embarcadero de Santa Cruz. Al parecer todas transportaban 10 pasajeros, y por las regulaciones y restricciones, no podrían permitir el abordaje de nadie más. Llegaron las dos de la tarde y no quedaban más lanchas. En ese momento, la opción era caminar por la vereda que conecta este municipio con los demás, o quedarme a dormir con una de las familias de nuestra escuela. 

Finalmente, una persona del lugar me contó sobre una última lancha que posiblemente podría abordar, al parecer esta era utilizada por los trabajadores de la municipalidad y del puesto de salud, pero tendría que esperar hasta las cuatro de la tarde. Para mi alegría, entre estas personas estaba un buen amigo mío. Y así fue, pude regresar a casa. 

Mi compañero de viaje fue el sol, junto a quién inicié mi jornada y que me acompañaría hasta  mi regreso a casa, para luego perderse detrás de las montañas del oeste.

Regresé cargado de regalos invaluables, una deliciosa crema preparada por mi alumno y su madre, muchas hojas de limoncillo como regalo del padre, y mucho pan y pasteles cocinados por mi alumno y sus hermanitos, todos ellos también estudiantes de nuestra escuela, la sonrisa de los chicos y de su familia al verme, y el que tal vez sería el regalo más especial de todos, el amor de mi familia al finalmente haber logrado regresar a casa después de tan intensa aventura.

Se que las sonrisas, los dibujos, y los escritos que cada uno de mis alumnos ha hecho como parte de las tareas previamente asignadas, refuerzan este vínculo, lleno de esperanza y con la seguridad que muy pronto volveremos a abrazarnos y a estar en nuestro salón, muy pronto volveremos a juntar nuestras manos en el saludo tan especial a la entrada y a la salida de clases.

La satisfacción al llegar a mi casa supera el cansancio. Regresé con la bolsa cargada de regalos: una crema que ha elaborado la madre con su hijo, muchas hojas de limoncillo por parte del padre, pan y pastel que ha elaborado mi alumno con sus hermanos. Pero eso aún es poco de las historias que mis alumnos me han contado de sus vidas y momentos en casa.